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a Paul Celán.


Del tiempo, tengo mas bien poco que mentar,
sin embargo,
es mi deber espabilarlo,
ponerle botas nuevas,
y echarlo a andar.

De ese tiempo no puedo
hablar que fue perdido,
que a diferencia del de
muchos de corbata, no valió oro
sino pan y amigos.

Puedo decir, por ejemplo:
que la patria que se mostraba
fulgurante antaño,
ahora, en este tiempo,
no es sino el ángulo
más absurdo de un plano
desigual.

También, que cuando tenía
la edad de quien me lee,
me suponía viviendo como
un brahmán, pero la realidad,
que seguramente es como la
pesadilla de un caníbal,
me puso a golpear puertas,
a andar por barrios inhóspitos,
y a comer en restaurantes donde
las palomas comen con uno
en el mismo plato.

Un tiempo que parecía metido
entre una bolsa de té,
que se expandía y
se contraía como un lento
palpitar
movido por los olvidos de la multitud.

Un tiempo metido en los parpados
de uno que otro ser amado.
un tiempo trazado a las malas,
un tiempo doliente,
contrayente
silente.

Amigos míos que se robaban
el tiempo, lo metían entre los
bolsillos, y en las noches
se lo regalaban a cualquier
camarada indigente de alguna esquina.

Mi amiga que no sabe
que es el tiempo, pero
llora cada vez que siente que
lo ha perdido.

El tiempo encarrado
descaradamente en los buses,
el tiempo fumándose un porro,
el tiempo escuchando a los doors
o a Julio Jaramillo.

Ese tiempo que hace lo que no debe cuando no debe:
se pone a jugar al serio
cuando la cosa necesita una inflexion,
y se pone de niño a las escondias,
cuando la cosa es de comerse las uñas

Y justamente es ese
tiempo medio
 puta.
Ese mismo que sale
y mancha como un chorro
de sangre.

Justamente por ése, y a pesar de él,
es que mejor me dejo dormir,
y que los segundos se escapen
por debajo de las sabanas.
El tiempo se le dejo mejor a los relojes
y a sus padres los relojeros,
para que llegado el último de los días
digan a grito entero:
  Todos lo hemos perdido.




Edison Diaz

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